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CUANDO ALGO ES GRATIS, EL PRODUCTO ERES TÚ

  • Foto del escritor: Cris Hidalgo
    Cris Hidalgo
  • 10 nov 2019
  • 3 Min. de lectura

Facebook recoge aproximadamente cinco mil entradas de datos de sus más de 87 millones de usuarios. Estas son utilizadas para elaborar perfiles psicológicos de los mismos. Os preguntaréis cómo hacen para conseguir tanta información.


Los seres humanos somos una fuente incansable de datos y Facebook cuenta con las herramientas necesarias para acceder a ellos. En realidad, es algo tan sencillo como observar y escuchar (listen): obtienen datos de nuestra actividad pública en redes sociales (comentarios, likes, interacciones, redes de amigos…), pero también de nuestra actividad privada (whatsapp, micrófonos y cámaras en dispositivos móviles, ubicación en tiempo real…). Esto ha hecho que, a día de hoy, los datos sean incluso más valiosos que el petróleo.


Facebook ha sabido darse cuenta del gran potencial de la información como mercancía y ha sabido cómo sacarle partido.


Con la revolución digital y el big data, dos de los pilares fundamentales de las sociedades modernas se han visto alterados: la comunicación y la democracia. En un momento de acceso masificado a la información, esta se ha convertido en una commodity (producto indiferenciado) y los hackers se han convertido en competencia directa de los periodistas. Hemos pasado de perseguir la información a que la información nos persiga a nosotros y eso está haciendo que el periodismo, entendido como una tarea de investigación que va más allá del listen (escuchar), entre en decadencia.





Cada vez son más las personas que se informan de la actualidad a través de las redes sociales, sin ser conscientes de que se están encerrando en su propio filtro burbuja.


Resulta paradójico pensar que una plataforma que ha nacido para hacer del mundo un lugar más pequeño y familiar pueda ser utilizada en nuestra contra, pero así es. De hecho, es precisamente en esta idea tan amigable que tenemos de Facebook donde reside el éxito de su manipulación. Nos negamos a creer que detrás de un me gusta o una solicitud de amistad pueda haber otros intereses y “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.


“Divide y vencerás”. Ya lo decían en la Antigüedad Clásica y, por lo visto, es algo que no pasa de moda. Si no, que se lo digan a Hillary Clinton o a los británicos contrarios al Brexit. Sí, Mark Zuckerberg –CEO de Facebook– también tuvo algo que ver aquí.


Tanto el equipo de campaña de Donald Trump (2016) como los independentistas británicos usaron los datos recopilados por Facebook para segmentar a los votantes y generar contenidos personalizados (en su mayoría fake news) con los que monopolizar la atención de sectores concretos de la población que resultaron ser determinantes.





El mecanismo empleado para ello podría asimilarse con la trayectoria de un boomerang: con los datos recopilados, se lanzaron mensajes y contenidos personalizados –basados en el miedo y el odio fundamentalmente– que volvieron en forma de acciones y comportamientos concretos.


La eficacia de estas acciones reside, en buena medida, en su invisibilidad. Resulta difícil saber quién se encuentra detrás de la información y la publicidad con la que se nos bombardea a diario; más aún cuando, a priori, proceden de iniciativas privadas y cuentas personales.


En un intento de limpiar su imagen y la de su empresa, Zuckerberg explicó que “el filtrado de información no ha de ejercerlo la empresa, sino la confrontación libre de ideas”. Sin embargo, sus actos y su colaboración con empresas como Cambridge Analytica contradicen sus palabras. Ponerse del lado de quienes usan datos personales para segmentar a grupos de usuarios y propagar información sesgada coarta el debate libre y atenta contra el sistema democrático.


Ante esta situación, debemos ser conscientes de dos cosas. En primer lugar, debemos abrir los ojos y darnos cuenta de que Facebook no siempre es tan “amigo” como pretende hacernos ver. Su propio modelo de negocio gira en torno a la idea de tenernos enganchados a esta red social el mayor tiempo posible, aunque eso implique recurrir a noticias sensacionalistas e incluso falsas.


En segundo lugar, no podemos obviar que nuestra presencia en el mundo digital nos convierte en personas expuestas, vulnerables y muy manipulables. Aunque no podamos evitarlo, está en nosotros el tomar conciencia de esta realidad y hacer todo lo posible para no dejarnos engañar con tanta facilidad.





Como bien dicen en el mundo anglosajón There is no free lunch (lo que en el refranero popular español sería “Nadie da duros a cuatro pesetas”) y cuando algo es gratis, el producto somos nosotros.



¡Esto ha sido todo por hoy! Nos leemos pronto. Mientras tanto, podéis echarle un ojo a mis redes sociales.

 
 
 

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